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La Prisión del Cuerpo y el Olvido del Alma

Comentario hermético sobre el Tratado I del Corpus Hermeticum (Poimandres)

Nota introductoria al lector

El presente texto es una reflexión basada en una de las obras más antiguas y enigmáticas del pensamiento espiritual occidental: el Poimandres, primer tratado del Corpus Hermeticum. Este cuerpo de enseñanzas transmitido por sabios helenísticos de los siglos I al III, influenciados por Egipto, Grecia y Oriente es parte del legado de la Tradición Hermética, una vía de conocimiento interior que busca guiar al alma hacia el recuerdo de su origen divino.

El enfoque aquí ofrecido no es académico en sentido estricto, ni tampoco pretende ser una exposición dogmática. Se trata, más bien, de una lectura contemplativa, nacida de la práctica espiritual y la meditación constante sobre los símbolos y enseñanzas del Hermetismo clásico.

Quien lea estas palabras no necesita pertenecer a una escuela iniciática ni poseer conocimientos previos sobre la tradición. Basta con tener un corazón dispuesto a cuestionar los límites de la existencia visible, a reflexionar sobre su ser más profundo y a contemplar la posibilidad de que aquello que vemos no sea todo lo que somos.

Este texto está dirigido a todo buscador, sea que se encuentre al inicio de su sendero o más avanzado en la vía. Si algo resuena en tu interior al leerlo, considera que esa resonancia no es casual. Tal vez estés recordando algo que ya sabías.

El problema del olvido en la tradición hermética

Entre los misterios más profundos de la doctrina hermética se encuentra el drama del alma humana: su origen divino, su caída en la generación y su posibilidad de retorno. Este misterio no es únicamente un relato cosmogónico o simbólico, sino una descripción rigurosa de la condición espiritual del ser humano. La Tradición Hermética, enraizada en los antiguos textos alejandrinos como el Corpus Hermeticum, nos revela que la encarnación en el cuerpo no es el principio de la vida, sino su velo, y que la verdadera ignorancia no consiste en no saber cosas del mundo, sino en haber olvidado nuestra procedencia celeste.

El Poimandres, texto fundacional del Corpus Hermeticum, aborda este misterio con una intensidad visionaria. Allí, Hermes Trismegisto el iniciado por excelencia recibe de boca del Intelecto divino una revelación sobre el origen del cosmos, del ser humano, y la trágica condición del alma atrapada en la materia. Desde esta óptica, el cuerpo aparece como una prisión, no por su existencia en sí, sino porque al identificarnos con él, el alma cae en el olvido de sí misma.

Este olvido no es una simple distracción, sino una condición ontológica: el alma, al mezclarse con la generación, pierde la memoria de su filiación divina. Y es allí donde comienza el verdadero camino hermético: no en aprender algo nuevo, sino en recordar lo eterno.

El cuerpo como cárcel y el alma como prisionera

Según el relato de Poimandres, el Hombre primordial es creado por el Intelecto-Dios como un ser incorpóreo, andrógino y luminoso, portador de la imagen divina: «El Hombre contempló la creación hecha por el Demiurgo y, maravillado, deseó hacer lo mismo» (CH I.12). Pero al mirar hacia abajo, hacia el cosmos visible, el alma se enamora de su reflejo en las aguas de la Naturaleza. Este acto de contemplación hacia lo inferior no es una simple observación, sino el inicio de la caída: el alma se precipita en la materia, se mezcla con los elementos, y olvida su lugar de origen.

Este descenso se corresponde con la doctrina hermética del krasis o mezcla. La mezcla del alma con el cuerpo engendra pasiones, deseos, y la ilusión de separación. El cuerpo, entonces, no es el enemigo, pero sí lo es el apego a él. Al identificarse con la materia, el alma se envuelve en las doce torturas descritas más adelante en el Corpus Hermeticum XIII (la ignorancia, la tristeza, la concupiscencia, etc.).

La imagen de la cárcel, común en muchas tradiciones sapienciales, es aquí especialmente precisa. Hermes declara: «El hombre vive en el mundo como en una cárcel, cargado con el peso del cuerpo» (paráfrasis de CH I.18–20). Esta cárcel no tiene barrotes visibles, sino que está hecha de sentidos, pasiones y opiniones. En lugar de mirar hacia el Intelecto el Nous el alma mira hacia las sombras de lo sensible.

El cuerpo actúa como velo. A través de los ojos vemos el mundo externo, pero el alma, privada de su visión interior, ya no contempla lo inteligible. La percepción sensorial, si no está transfigurada por la gnosis, se convierte en una prisión epistemológica: vemos, pero no conocemos. Oímos, pero no escuchamos la Voz del Intelecto. El cuerpo habla alto; el Nous, en cambio, susurra en el silencio.

El olvido lethe, en términos órficos y platónicos es aquí el gran obstáculo. No hay pecado moral, sino ignorancia ontológica: el alma ha olvidado que es hija del Intelecto. Este olvido es alimentado por la multiplicidad de las cosas sensibles, que dispersan el pensamiento y fragmentan la unidad interior. Por eso, la verdadera redención hermética no consiste en una salvación externa, sino en el despertar del Intelecto en el alma.

Este despertar ocurre en el Poimandres como una visión: la Luz aparece en medio de las tinieblas del caos. No es una metáfora poética, sino una descripción de la experiencia visionaria del iniciado. La Luz representa el conocimiento puro, el Intelecto en acto. Las tinieblas, en cambio, son las pasiones, la confusión, el mundo generado.

En palabras del propio texto: «El Hombre verdadero se liberará de la prisión corporal y se unirá al Intelecto» (CH I.26). El camino está claro: recuperar la visión del Intelecto, purificar el alma mediante la disciplina interior y retornar a lo Uno.

La enseñanza del Poimandres sobre la prisión del cuerpo y el olvido del alma no debe entenderse como una condena de la vida corporal, sino como una advertencia iniciática: quien se identifica únicamente con lo sensorial, con el mundo de la generación, se aleja de su verdadero ser.

La práctica espiritual del iniciado hermético consiste, por tanto, en recordar: recordar su procedencia, su esencia intelectual, su participación en el Uno. Este recordar (anamnesis) es la clave de la liberación. Mediante la oración silenciosa, la contemplación de los símbolos, la interiorización del Intelecto y la superación de las pasiones, el alma comienza a desprenderse de la cárcel de la forma y se eleva hacia su origen divino.

El cuerpo puede seguir existiendo, pero ya no como prisión: se convierte en templo, vehículo de una conciencia transfigurada. Así, el iniciado hermético no huye del mundo, pero tampoco se pierde en él. Vive en la materia sin pertenecerle, porque ha recordado quién es.

Cita final

«El Hombre, al comprender que había sido hecho de la Luz y de la Vida, y al saber que tenía por Padre a Dios, se liberó de la mezcla con la Naturaleza, reconociendo su verdadera esencia».
(Corpus Hermeticum I – Poimandres, trad. Rosario Hernán, Argentina)

-Bamegraf-

3 comentarios en «La Prisión del Cuerpo y el Olvido del Alma»

  1. Fantastico articulo me hizo recordar cuando lei El Poemandres bueno se me habrio la oportunidad de tener acceso al poemandres y las tablas de Esmeralda hace años. Muy agradecido me encanta la philosophia Hermetica . Bendiciones.

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