En cada época, los buscadores del misterio se preguntan si la antigua voz del Hermetismo aún puede hablar al alma en nuestros días. Esta carta es una respuesta a esa inquietud: una exhortación sobria y reflexiva que nos recuerda que el Hermetismo no es un dogma muerto, sino una enseñanza viva que ilumina el sendero interior.
En ella se reflexiona sobre el valor del Corpus Hermeticum, la diferencia entre la soledad del buscador y la fuerza del círculo, y lo que el Hermetismo puede aportar al hombre y la mujer de nuestro tiempo. Finalmente, una invitación al silencio, a la reflexión y, si la Providencia lo inspira, al compromiso profundo.
Es una carta escrita para quienes sienten la llamada, aunque aún no sepan darle un nombre.