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Providencia, Necesidad y el Orden del Cosmos

Por: H.J

Porque por Él fueron hechas todas las cosas, por amor a sí mismo y para gloria, honra y honor de su grandeza: el Dios soberano, Omnipotente, Omnipresente, Omnisciente… el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin.

En su gracia y amor ha sido previsto todo lo creado. Desde su dominio perpetuo, creó la luz desde la oscuridad; desde el caos y el vacío, ordenó el universo. Por su voluntad nacieron todas las cosas, y su gloria se expandió a todo lugar y dimensión. El sol, la luna y las estrellas surgieron al poder de su voz. Separó las aguas de la tierra y llenó los cielos de luz. Desde su corazón nació el deseo sublime por la vida en todo el universo.

Así surgieron las plantas, los árboles y los elementos: tierra, agua, aire y fuego. Incluso el espíritu que se movía sobre todas las cosas estaba presente. Todo fue dispuesto en una gran armonía que solo la mano divina puede crear.

De todos estos elementos fue previsto el hombre, como una Providencia divina, para exaltar su gloria en esta Tierra y aún más allá, en el universo. Fuimos hechos a imagen y semejanza de lo divino, de la misma esencia y hermosura de su santidad. Su provisión alcanzó nuestra naturaleza mortal, colmándola de razón y de inteligencia para que, por medio de ellas, podamos buscar y encontrar en Él la eternidad, la inmortalidad.

La razón nos fue dada a todos: es el libre albedrío que poseemos como seres humanos. Pero no así la inteligencia, pues esta se adquiere con esfuerzo, con lucha, tomando el arado y avanzando bajo las inclemencias del tiempo. Y, ¿por qué no decirlo?, también a través de sacrificios que el hombre debe realizar en la búsqueda de la verdad… de esa verdad divina. La razón, entonces, es distinta de la inteligencia, para la cual pocos fueron hechos.

Esto me recuerda aquella palabra que dice: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos suyos”.

Dios o la Luz, como usted prefiera llamarlo vio la necesidad en el corazón del hombre, ese vacío, esa desesperanza. Lo vio desde el inicio de los tiempos. También dijo: “No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda idónea”.

La Providencia de Dios abarca todo. En cada necesidad de su creación, allí está presente su misericordia, su gracia inmensa y divina, que todo lo ordena.

Los nacidos de Dios o de la Luz recibimos el mensaje. Vino a los suyos, pero no le recibieron. La razón, simple y sin sabiduría, no nos deja ver más allá de nuestra propia concupiscencia, es decir, de nuestros deseos carnales, banales y materiales. El instinto animal lleva al hombre a buscar únicamente la satisfacción propia, sin preocuparse por su vida espiritual, sin anhelar la sabiduría divina. Así, se encuentra divagando, viviendo las consecuencias de una existencia sin propósito y sin verdad.

Pero la sabiduría y la luz divina sí fueron recibidas por aquellos que aceptaron el mensaje, quienes se sumergieron en ese mar profundo de sabiduría. Ahora son parte de ese gran conocimiento, de esa luz plena que llena el corazón de los buscadores y amantes de la Verdad.

Y esa Verdad es una necesidad para todo ser de luz. Recibir la Providencia divina en cada necesidad, pero sobre todo recibir esa luz espiritual que crece día a día por la gracia celestial, reconociendo que todo nuestro ser está unido a Él.

Todo lo demás deja de importar: la vida cotidiana, las cosas del mundo. Ahora somos importantes nosotros, los que hemos recibido el mensaje, los que nos hemos sumergido en el mar profundo de la sabiduría. Porque hoy sabemos que somos parte de esa gran Luz, y que nuestra meta es volver a ella.

Hemos sido establecidos en este lugar como heraldos, como mensajeros, para ser luz en medio de las tinieblas. Muchos de nosotros fuimos levantados desde esa misma oscuridad por la gracia y la divina Providencia.

El caos y el vacío de nuestra alma son restaurados día a día por Dios. Su luz admirable está presente en nosotros, nos guía y nos conduce por los senderos que debemos andar. Morimos a nuestros deseos para vivir en su voluntad.

Recuerdo esa palabra: “¡Oh Dios! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?”. Porque la carne se rebela, pero el espíritu vive para el espíritu. Es decir, los que son del espíritu, en el espíritu andarán.

Hoy, los hijos de la luz, gozamos de la dádiva divina, de toda su generosidad. Esa que desciende de lo alto: una provisión maravillosa de amor, de paz, de luz y de verdad. Porque inagotable es el Bien, ilimitado e interminable.

El principio de la sabiduría es el temor a Dios. No un temor de destrucción, sino un temor reverente, que nos hace andar por caminos de bien, dejando atrás sendas de muerte y falsedad. Caminos que pueden parecer difíciles, dependiendo de cómo los veamos desde nuestra luz interior. Pero sabemos que todo esto son oportunidades para crecer, para elevar nuestro ser hacia lo divino.

A fin de cuentas, esa es nuestra meta: conectar siempre con Él. Conectar con el universo, con la tierra, con el agua, con el fuego, con el aire. Conectar con la chispa divina que ordena el caos. Con la Providencia divina y con la inteligencia, que son regalos celestiales.

Quisiéramos que todos recibieran estos dones. Pero también recordamos que hay vasos de gloria y de honra, y vasos de condenación: aquellos que vivirán dentro de su propia razón, sus deseos y su falsedad… y aquellos que, por la gracia, son llenados de luz, de poder, de amor, de fortaleza, de paz y de humildad.

Ahora sentimos una gran necesidad: la de proclamar el mensaje de amor que el universo, la luz, el gran Dios el Yo Soy tiene como Providencia para la necesidad y el orden del cosmos.

Bendiciones para todos, amados hermanos.

El origen de todas las cosas en la Voluntad divina

“Porque por Él fueron hechas todas las cosas, por amor a sí mismo y para gloria honra y honor de su grandeza, el Dios soberano OMNIPOTENTE OMNIPRESENTE OMNICIENTE, como ALFA Y OMEGA…. Principio y fin… Se ha previsto en su gracia y amor todo lo creado, de su dominio perpetuo…”

Comentario:

“Porque su voluntad fue querer que todas las cosas fuesen; hizo una gran cantidad de bienes para que el mundo no fuera imperfecto en nada.”
(CH IV, 3)

Aquí, el hermano expresa una profunda intuición de la causa eficiente y final de la creación. El Dios hermético, aunque en el Corpus Hermeticum no es identificado con los atributos del teísmo tradicional judeocristiano, sí es descrito como la fuente absoluta del Bien y la Voluntad que “deseó” que el mundo fuese. Este deseo no es producto de una necesidad interior, sino de una liberalidad gratuita, como afirma el Corpus: la divinidad crea “para que el mundo no fuera imperfecto en nada”.

Del Caos al Orden por la Palabra

“…desde la oscuridad creó la luz desde un mundo vacío desordenado en caos, y por su voluntad creo todas las cosas expandiendo su gloria a todo lugar a toda dimensión…”

Comentario:

“…ordenó el desorden que estaba en la Tierra, el fuego, el agua y el aire. Dotó a cada uno de seres vivientes para que fueran poblados: a los cielos los llenó de dioses, y a los elementos, de almas…”
(CH IV, 3)

La transición del caos a la luz y al orden es un eje común entre el testimonio y el texto hermético. La divinidad, según el tratado IV, no simplemente crea: estructura, dota de alma, asigna un lugar. La voz de H.J resuena con esta doctrina, al señalar que “su provisión abarcó nuestro ser mortal” y que la inteligencia es una dotación diferenciada, entregada con propósito. En ambos casos, el mundo surge como tejido vivo del Nous, del intelecto divino.

El Hombre como Providencia viva

“…de todos estos elementos fue previsto el hombre como una Providencia divina para exaltar su gloria en esta tierra y aún más allá en el universo…”

Comentario:

“…el hombre fue hecho por el Demiurgo, tomando un cuerpo del cosmos y un alma inmortal de la esencia del Nous. De esta manera, él se convirtió en un ser doble: mortal por el cuerpo, inmortal por el alma.”
(CH IV, 5)

La concepción que presenta el hermano H.J sobre el ser humano como manifestación de la providencia encuentra un eco literal en la antropología hermética. El hombre no es una criatura cualquiera: es la intersección del cielo y la tierra, el receptáculo del Nous. El testimonio habla de una “imagen y semejanza divina”, y el Corpus confirma esta idea al declarar que el ser humano participa de la esencia intelectual del cosmos, con capacidad de ascenso o caída, según su elección.

Razón, inteligencia y el sacrificio de la búsqueda

“…la razón nos fue dada a todos… más no así la inteligencia… esta se adquiere a través de esfuerzo, lucha… sacrificios que tiene que hacer el hombre en la búsqueda de la verdad…”

Comentario:

“El bien que hay en el alma es la inteligencia. El mal que hay en el alma es la falta de inteligencia.”
(CH IV, 6)

El Corpus distingue con nitidez entre razón (logos) e inteligencia (nous). Mientras la razón puede argumentar desde lo sensible, solo el Nous permite percibir lo inteligible, lo eterno. H.J lo expresa con claridad: la razón es común, pero la inteligencia es conquista del iniciado. La verdad se alcanza mediante disciplina, purificación y contacto con la divinidad interior.

La ceguera de la carne y la concupiscencia

“…la razón simple y sin sabiduría no nos deja ver más allá de nuestra propia concupiscencia… el hombre busca solo la satisfacción propia… sin preocuparse en recibir esa sabiduría divina…”

Comentario hermético:

“Aquellos que no entienden las cosas del mundo y viven en la ignorancia de sí mismos, son los que están llenos del mal, y ese mal se manifiesta en la desobediencia del alma.”
(CH IV, 6)

Esta sección del testimonio es eco directo del diagnóstico hermético: el hombre ignorante de sí mismo vive esclavo del cuerpo y sus apetitos. El mal, en este contexto, no es ontológico sino gnoseológico: es ausencia de luz, de comprensión. El cuerpo ciega, la materia desvía, y solo el que se vuelve hacia adentro encuentra la claridad.

El llamado de la luz y el mensaje divino

“…ahora somos importantes nosotros los que hemos recibido el mensaje los que nos sumergimos en ese mar profundo de sabiduría, porque hoy consideramos que somos parte de esa gran luz…”

Comentario:

“La vida es el conocimiento de la divinidad. Si uno no tiene este conocimiento, no tiene parte en la vida.”
(CH IV, 7)

El Corpus es tajante: conocer a Dios es vivir, y no conocerlo es morir en vida. El llamado al conocimiento no es privilegio de unos pocos, pero sí requiere una respuesta activa. El hermano expresa que el mensaje ha sido recibido por algunos: aquellos que se han “sumergido” imagen afín al simbolismo del bautismo gnóstico han renacido a la vida del Nous.

El orden cósmico como expresión del Bien

“…porque inagotable es el bien ilimitado e interminable… conectar con la chispa divina que ordena el caos, con la Providencia divina, la inteligencia que son regalos…”

Comentario:

“El bien es un atributo de Dios, y el que se une al bien se une a Dios. Y el que se une a Dios, se hace divino.”
(CH IV, 9)

Para el Corpus Hermeticum, la divinidad es sinónimo del Bien absoluto. Lo que H.J llama “chispa divina” es la misma presencia del Nous en el alma, que reconecta al hombre con su origen celeste. No se trata de un Dios exterior, sino de una potencia luminosa que restablece el orden en lo interior y lo cósmico.

Un llamado final: ser heraldos del Nous

“…ahora con una necesidad muy grande, esa necesidad de proclamar el mensaje de amor que el universo, que la luz, que el gran Dios… El yo soy, tiene como Providencia para la necesidad y el orden del cosmos…”

Comentario:

“El que ha comprendido los pensamientos divinos y ha llegado al conocimiento de lo que es verdaderamente bueno, debe enseñar a los que aún están en la oscuridad.”
(CH IV, 10)

El testimonio concluye con un llamado misionero, pero no proselitista, sino sapiencial. Así como el Corpus instruye a que quien ha alcanzado la luz la comparta, H.J se asume heraldo. Tal es la función del iniciado: no retener el conocimiento, sino irradiarlo como antorcha viva en el mundo material.

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