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Matrix y la ilusión de los sentidos en el Hermetismo

“El que se conoce a sí mismo entra en el Bien Supremo.”

(Poimandres I)

Algunos dicen que vivimos dentro de una máquina que nos mantiene dormidos. Otros, que el mundo es un fraude y que nada de lo que vemos es real.

La saga Matrix le dio forma moderna a esa sospecha: la vida como simulación, el hombre como prisionero, la salida como una rebelión desesperada. Fue una obra brillante, capaz de fascinar al mundo entero y de despertar preguntas profundas sobre la libertad, la realidad y la ilusión.

Ahora bien, cuando se la toma como visión completa de la existencia, muestra límites y contradicciones. En su final, la saga sugiere que no hay salida definitiva, que todo es un ciclo que vuelve a atraparnos. Ese mensaje, lejos de encender la esperanza, adormece el alma en resignación.

Por eso el hermetismo propone otra lectura: la ilusión de los sentidos no es una trampa hostil, sino un velo pedagógico. La materia es espejo, no cárcel. El hombre, al conocerse, descubre en sí mismo el camino de retorno.

Lo que plantea Matrix no es nuevo. Desde los primeros siglos hubo grupos gnósticos que enseñaban que el mundo fue creado por un dios menor, el demiurgo. Según ellos, la materia era prisión y el cosmos, un engaño. La salvación era escapar.

En ese sentido, Matrix repite esa mentalidad: inteligencias externas gobiernan la ilusión, el mundo es un montaje, y la salida es huir.

Yo personalmente asocio más el concepto de “matrix” con el sistema: las propagandas, las noticias, el calendario impuesto, el reloj que nos muestra como se nos va el tiempo, las rutinas de trabajo forzado y la hiperconexión tecnológica que nos llena de ruido. Todo eso nos arrastra lejos de nuestra naturaleza interior y de la naturaleza cósmica.

El trabajo del iniciado es generar los espacios —internos y externos— donde pueda volver a escuchar. Despegarse del ruido colectivo y dar lugar a la conciencia verdadera.

Sin embargo, en la última parte de la saga parece sugerir que no hay una salida real, que siempre se está atrapado en ciclos sin fin. Esa postura puede condicionar la mente a pensar que no existe una verdadera liberación espiritual, generando un estado de resignación o desesperanza.

Acá conviene separar las aguas. La gnosis, entendida como conocimiento interior, es la clave de todo despertar. Jesús mismo lo dijo:

“Conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Jn 8:32).

Pero otra cosa fueron las sectas gnósticas históricas, que cayeron en un dualismo extremo: despreciaron la creación, odiaron la materia y atribuyeron el cosmos a un sub-dios ignorante. Allí confundieron símbolo con trampa, y se apartaron de la sabiduría viva.

El hermetismo no toma ese camino. Para sus textos, el mundo no es fraude, sino espejo. La materia no se rechaza: se atraviesa como símbolo para trascenderla.

El Poimandres lo expresa con palabras luminosas:

“El motor, padre de todas las cosas, que es la vida y la luz, hizo al hombre parecido a sí mismo y lo amó como a su propio hijo. (…)

La naturaleza sonrió de amor, porque vio la belleza del hombre en el agua y su sombra en la tierra. Y él, viendo en el reflejo del agua su propia forma, se enamoró de ella y quiso poseerla. (…)
La naturaleza tomó a su amante y lo envolvió totalmente, y se unieron en un mutuo amor. Por eso, sólo el hombre, entre todos los seres que viven en la tierra, es doble, mortal por el cuerpo e inmortal por su esencia. (…) Superior a la armonía del mundo, se encuentra preso en sus lazos.”
(Poimandres I, 12-14).

Aquí no aparece un dios hostil, sino un misterio: la Naturaleza se muestra como Isis, la Madre primordial que guarda con su velo el secreto de lo eterno, hasta que el hombre está listo para contemplarlo.

Como decía la inscripción en el templo de Sais: “Yo soy todo lo que ha sido, es y será, y ningún mortal ha levantado aún mi velo.”

Este velo no engaña: protege. Permite que el camino sea lento y profundo.

El mismo texto enseña la salida:

“Si te separás del cuerpo y le das desprecio a lo que llaman muerte, alcanzarás la inmortalidad. (…)

El que se conoce a sí mismo llega al Bien Supremo. (…)
¡Gente dormida en la ignorancia! ¿Por qué viven en un sueño sin ver la Verdad? ¡Despierten y reconozcan que son inmortales!”

(Poimandres I, 24-26).

En resumen, no se trata de destruir la ilusión, sino de atravesarla con conciencia, hasta descubrir lo eterno que late detrás de toda forma visible.

Carl Gustav Jung lo expresó con claridad:

“Los símbolos son las puertas del alma hacia lo sagrado.”

Y Aldous Huxley, en La Filosofía Perenne, resumió:

“Las creencias básicas de las grandes religiones son distintas formas de una misma verdad eterna.”

Sus palabras confirman lo mismo que enseña el Poimandres: que detrás de lo transitorio late una realidad viva que nos sostiene.

En mi vida también siento esa tensión. A veces me cansan las rutinas marcadas, la presión social, la hiperconexión tecnológica, las noticias repetidas y la exigencia de vivir apurado.

En esos momentos, la vida se vuelve similar a un encierro, como en Matrix.

Pero en el hospital donde trabajo he visto algo que me cambió para siempre. Cuando alguien está cerca del final y ya no queda nada a qué aferrarse, a veces aparece una paz distinta. En esos instantes, la persona parece entregarse plenamente al presente, sin resistencia ni juicio, como si se disolvieran las preocupaciones y las ataduras interiores que tanto nos pesan.

En los ojos se refleja algo puro, un silencio que no juzga, como si mostrara lo más alto del universo.

Esto me recordó las palabras del Evangelio:

“En cuanto lo hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron.” (Mt 25:40).

Desde esa perspectiva, comprendí que ese Logos del que habla Hermes —la inteligencia divina que sostiene todo— es el mismo Verbo que se hizo carne en Jesús. El Cristo es el Logos vivo, fuente de todo lo que existe.

Así dieron testimonio también místicos como Teresa de Ávila o Juan de la Cruz: la unión con lo divino más allá de las palabras, un lenguaje secreto que sólo se entiende en el corazón.

Esa es la gnosis verdadera: un conocimiento que no divide, sino que une.

Matrix muestra la huida: un mundo cárcel creado por un poder menor. El Poimandres revela la integración: el mundo como velo pedagógico, donde la Naturaleza guarda el misterio hasta que el hombre aprende a leerlo.

La gnosis auténtica no odia la materia: descubre en ella las huellas de lo eterno. Y el Logos que sostiene todo —el mismo que Hermes vio en su visión— es el Cristo vivo, raíz de la libertad interior.

Donde la modernidad dice “no hay salida”, la tradición recuerda que cada símbolo es una llave. Y quien aprende a leerlos descubre que el cosmos no es una prisión, sino un templo.

Quien se reconoce en el Logos entiende que nunca estuvo perdido: el templo estaba dentro de sí desde el principio.

El mundo no es una cárcel: es el velo de Isis.
Quien levanta ese velo descubre que siempre fue hijo de la luz.

Fr. Melqui Arcani

1 comentario en «Matrix y la ilusión de los sentidos en el Hermetismo»

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