Hace unas semanas, me encontré con un hombre que, a simple vista, era como cualquiera de nosotros: un reflejo de lo divino, un alma en busca de sentido. Sin saberlo, me dirigí a él con un saludo que me brotó desde lo más profundo de mi corazón: “Hermano.” Sin embargo, su respuesta me sorprendió y dejó en mi interior una semilla de reflexión. “No somos hermanos”, replicó, “a menos que profeses mi fe, cumplas con mi credo y sigas las reglas que dicta la Biblia. Solo entonces podría llamarte hermano.”
Opté por dejar la conversación ahí, no por falta de palabras, sino porque a veces el silencio es el mejor terreno donde la comprensión puede germinar. Pero este encuentro quedó resonando en mi mente como un eco lejano, revelando una verdad que el Hermetismo ha enseñado desde tiempos inmemoriales: mientras las religiones pueden dividirnos, el Hermetismo busca unirnos.
El Hermetismo: El Arte de Reconocer al Otro en Uno Mismo
En el sendero hermético, cada alma es una chispa de la misma llama divina. No importa la fe que profese, el idioma que hable, o las reglas que siga: todos estamos conectados por un tejido invisible que trasciende credos, culturas y fronteras. Aquí yace una de las enseñanzas más sublimes de este arte ancestral: todos somos hermanos porque compartimos una misma esencia espiritual.
Cuando un verdadero practicante del Hermetismo se dirige a alguien como “Hermano” o “Hermana”, no lo hace desde un lugar de cortesía vacía, sino desde una convicción profunda de que, en el nivel más elevado, somos reflejos unos de otros. “Como es arriba, es abajo”, nos enseña el principio hermético, recordándonos que todos compartimos la misma chispa divina que anima la existencia.
Religión y Hermetismo: División Frente a Unión
El encuentro con aquel hombre fue un recordatorio vivo de cómo las estructuras religiosas a menudo nos separan al imponer condiciones para la hermandad. “Debes creer en esto, hacer aquello, y cumplir con estas reglas,” dicen. Sin embargo, estas condiciones actúan como muros, encerrándonos en pequeños compartimentos de exclusividad espiritual.
El Hermetismo, en cambio, nos invita a derribar estos muros y a vernos como una gran familia universal. No busca imponer credos ni exigir rituales. Más bien, abre sus brazos a todos, reconociendo que cada individuo está en su propio camino hacia la realización. Desde esta perspectiva, no hay “otros,” solo hay “nosotros.”
El Carácter del Hermético: Una Luz en la Oscuridad
Un hermético no necesita proclamar su camino; se reconoce por su actitud. Es aquel que saluda con una sonrisa genuina, que llama “Hermano” incluso al extraño, y que extiende la mano sin preguntar a qué credo pertenece el otro. Su carisma no proviene de la manipulación, sino de una autenticidad que irradia paz y unidad.
La verdadera hermandad se reconoce en gestos simples pero cargados de significado: una palabra amable, una mirada comprensiva, un acto desinteresado. Es un misterio, pero también una verdad palpable: cuando actuamos como hermanos, recordamos que todos venimos de la misma Fuente.
Un Llamado a la Reflexión
Hoy te invito a reflexionar: ¿Cómo te relacionas con los demás? ¿Ves en ellos a un igual, un compañero de viaje, un reflejo de ti mismo? O ¿te dejas llevar por las etiquetas que la sociedad ha puesto? El camino hermético nos desafía a mirar más allá de estas divisiones superficiales y a abrazar la unidad que yace en el corazón de toda existencia.
Así, cada vez que saludes a alguien como “Hermano” o “Hermana,” recuerda que estás pronunciando una verdad sagrada. No importa si ellos lo reconocen o no; al hacerlo, estás plantando una semilla de unidad en un mundo que tanto la necesita.
Que esta reflexión sea una invitación a vivir con el corazón abierto, recordando siempre que, más allá de nuestras diferencias, somos uno. Porque ciertamente, todos somos hermanos.